Por: Víctor Zavala Díaz
Estudiante de Técnico en Veterinaria – CFT Santo Tomás Rancagua
Voluntario en ONG Qarapara, tortugas marinas Chile
Previo al contexto COVID-19, y en vista de la crisis socioambiental que afectaba al país, se esperaba que el 2021 fuera un año de revolución ecológica, marcado por hitos como la prohibición del uso de plásticos de un solo uso. Pero la pandemia dijo lo contrario, ya que no sólo trajo consigo un riesgo a nivel biológico y económico, sino que también un daño colateral a los ecosistemas a nivel mundial.
Los llamados elementos de protección personal (EPP) como mascarillas y guantes estaban restringidos, principalmente, al uso médico. Sin embargo, ahora son parte de nuestras rutinas y, si bien cumplen un rol esencial para nuestra salud, se presentan como una nueva amenaza para los animales y sus ecosistemas. Sus efectos ya se han percibido. En septiembre de 2020, un pingüino de Magallanes (Spheniscus magellanicus) fue encontrado muerto en Brasil y la necropsia reveló la causa: obstrucción por una mascarilla N95, la más utilizada durante la pandemia.
El caso encendió las alarmas de organizaciones ecologistas y amantes de la fauna silvestre. Más aun considerando que 6,4 millones de toneladas de basura producidas por las personas terminan en ecosistemas marinos, siendo entre un 60% y 80% plásticos de un solo uso. Lamentablemente, los materiales con los que se fabrican los EPP no son biodegradables y concentran gran porcentaje de plástico.
La fauna marina se ve enfrentada a este tipo de amenaza, siendo común el confundir parte de su alimento con plástico, ingiriéndolos accidentalmente. Las tortugas marinas son un ejemplo de ello; ya bastante conocida es la confusión entre bolsas plásticas y medusas. El consumo de este tipo de material tiene un gran impacto negativo en la salud de estos reptiles, formando tapones o fecalomas a nivel gastrointestinal, produciendo una acumulación de gases, lo que no permitiría que se sumerjan y, por tanto, alimenten. Adicionalmente, existen casos de consumo de elementos cortopunzantes, lo que puede causar hemorragias internas o el enredo en elementos plásticos. En todos los casos, el resultado podría derivar en la muerte de los individuos.
Sin ir más lejos, solo en 2020 al menos 1.500 millones de mascarillas acabaron en el mar, evidenciando así que el desafío es grande. Lamentablemente, la pandemia continúa y con ello el uso de los elementos de protección desechables, pero no podemos quedarnos esperando a que la situación mejore. El siguiente paso es pensar en qué hacer con ellos. Las respuestas deben venir de las autoridades, pero también como población debemos hacernos responsables de lo que consumimos, usamos y desechamos.
Pero paradójicamente la llegada del COVID-19 también dio una luz de esperanza. El bajo desplazamiento humano debido a medidas precautorias de cuarentena ha permitido tener buenas noticias sobre el mejoramiento de la capa de ozono, así como en la calidad del aire y del agua en algunas zonas. Incluso, se ha beneficiado el desplazamiento y reproducción de animales silvestres, como es el caso de las tortugas marinas, donde en los distintos lugares de anidación a nivel mundial se describe un aumento en el desove y nacimientos de estos animales, que para la Unión Internacional de la Naturaleza (UICN) son cifras auspiciosas, teniendo en cuenta que las siete especies de tortugas marinas a nivel mundial se encuentran en alguna categoría de peligro.
Ahora, ¿en qué escenario crecerán esas tortugas? Quizás, en uno donde sus primeros aletazos sean junto a mascarillas, guantes o envoltorios de alimentos que nosotros mismos dejamos ahí. La carrera de la extinción está a la vuelta de una ola, esto a pesar de todos los esfuerzos de centros de rehabilitación, ONG’s y trabajos de protección de tortugas marinas realizados a nivel nacional y mundial.