Columna: Pan con más fibra, la innovación que podría cambiar nuestra salud

Por Eduardo Font Torres
Nutricionista y Docente Instructor Nutrición y Dietética
Facultad de Ciencias de la Salud
Universidad Autónoma de Chile, Sede Temuco

Los números no mienten: en Chile consumimos menos de la mitad de la fibra que necesitamos. Mientras los expertos recomiendan entre 25 y 30 gramos diarios, apenas llegamos a los 12 gramos en promedio (según datos del Ministerio de Salud en el 2020). Esta carencia silenciosa tiene un costo alto y acumulativo: mayor riesgo de diabetes tipo 2, enfermedades cardiovasculares y trastornos digestivos que van desde el molesto estreñimiento hasta el cáncer de colon. No se trata de una estadística más, sino de un problema de salud pública que afecta la calidad de vida de millones.

El problema es conocido, pero la solución ha sido esquiva. Aunque todos sabemos que deberíamos comer más frutas, verduras y granos integrales, la realidad es que el 70% de los chilenos no lo hace. Las campañas educativas chocan contra hábitos arraigados, rutinas exigentes y limitaciones económicas. Cambiar la dieta no es tan simple como parece: requiere tiempo, recursos y voluntad.

Pero ¿y si en lugar de pedirle a la gente que cambie lo que come, mejoramos lo que ya comen?
Aquí entra en escena un desarrollo científico notable: investigadores chilenos y argentinos, trabajando junto a las empresas Neocrop Technologies, Campex Baer y Buck Semillas, han creado un trigo editado genéticamente para duplicar su contenido de fibra. No se trata de un transgénico tradicional -no se incorporan genes de otras especies-, sino de una técnica de precisión llamada “tijeras moleculares” que modifica únicamente el ADN del propio trigo. Esta innovación ya cuenta con la aprobación del Servicio Agrícola y Ganadero (SAG), lo que marca un hito en la aplicación de biotecnología en alimentos cotidianos.

Las implicancias son enormes. Dos rebanadas de este pan podrían aportar la mitad de la fibra diaria recomendada. En un país donde cada persona consume cerca de 90 kilos de pan al año -y donde la marraqueta o la hallulla son casi sagradas- esta innovación representa un atajo nutricional sin precedentes. Lo mejor: mantiene el sabor, la textura y el aroma del pan de siempre. No exige renuncias ni sacrificios, solo ofrece una mejora silenciosa pero significativa.

Por supuesto, hay desafíos. El precio inicial será más alto, aunque debería bajar con el tiempo a medida que se masifique su producción. También está la tarea de explicar, con claridad y transparencia, que esta tecnología es segura. Como lo fueron en su momento la insulina sintética, los probióticos o la leche fortificada, este trigo editado puede convertirse en una herramienta poderosa para mejorar la salud pública sin alterar nuestras costumbres.

En Chile, donde el pan es mucho más que un alimento -es símbolo de hogar, de encuentro y de identidad- esta innovación podría ser una revolución disfrazada de tradición. Como cuando se empezó a agregar yodo a la sal o vitaminas a la harina, a veces los grandes avances en salud vienen en los paquetes más familiares. La pregunta ahora es si lograremos que este pan llegue a todas las mesas, porque cuando se trata de nutrición, lo que cuenta no es lo que sabemos, sino lo que realmente comemos.

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