Columna: Salud mental y vida espiritual, ¿correlacionados?

Por  María Esther Gómez de Pedro Directora nacional de Formación e Identidad Instituciones Santo Tomás

Las instituciones Santo Tomás tenemos una inspiración tomista que también nos orienta a la hora de abordar la salud integral de cada persona: desde su antropología y dimensión espiritual. Esta inspiración en el pensamiento y antropología de Santo Tomás marca las líneas maestras de nuestro quehacer: principalmente orientado a la formación y educación y a su aporte al bien común. De hecho, a Santo Tomás se le ha conferido el título de doctor humanitatis, es decir, “doctor en humanidad”: experto en lo que es esencial al ser humano en cuanto persona humana, y, por lo tanto, su visión antropológica conserva aún hoy, también para nosotros, líneas de orientación para afrontar mejor el trato del ser humano y la manera de apoyarlo en el logro de su propia finalidad.

Creados por amor y para el amor
Dentro de la creación visible, el ser humano es un microcosmos que se sitúa en la cúspide de la creación visible y en la parte más baja de la creación invisible (“como un cierto confín”). Es decir: somos creados por Dios, que nos regala el ser y nos mantiene en él; nos ha creado a su imagen y semejanza. Esto indica simultáneamente un origen y una finalidad: hemos sido creados por amor y para el amor (Dios no nos necesitaba para existir y nos da el ser y la existencia como plenitud de amor y para que participemos en ese amor).

En cada uno existe una dimensión espiritual que se activa en el ejercicio intelectual, integrado con lo afectivo, en tanto que sale de sí mismo para conocer e interactuar con realidades dotadas de sentido, y, por lo mismo, a través de la interacción con otros sujetos personales con quienes nos relacionamos y que nos ayudan a tener mayor conciencia de lo que somos y de lo que estamos llamados a ser junto a ellos. Por eso la búsqueda del sentido total y completo existe en nosotros desde el despertar de la conciencia, y encuentra en Dios, como la máxima expresión de la Persona, su respuesta más plena. Somos capax Dei, capaces de Dios (dice San Agustín). Dios es Aquella Persona perfectísima y dotada de Sentido pleno, con Quien podemos entablar una relación personal de amistad, que nos ha manifestado su amor y su promesa de incondicional entrega siempre que libremente la aceptemos.

Búsqueda de la felicidad
Esta dimensión espiritual religiosa transcendente imprime una característica especial a la búsqueda humana de la felicidad, al poner de relieve nuestra condición de peregrinos y viadores en esta vida. Eso hace que la felicidad plena (la plena posesión del Bien Supremo en la que descansan nuestras valencias de felicidad e integra todas nuestras dimensiones) no se pueda lograr perfectamente en esta vida sino sólo de manera incoada -iniciada. Por eso el esfuerzo, la superación y la vivencia de “camino” son inherentes a toda vida humana. Asumir esto da realismo a las vivencias diarias y evita decepciones innecesarias (virtud de esperanza y fortaleza) al vivir las caídas o fracasos como parte del proceso – vía.

La persona se caracteriza por ser un individuo único y original de naturaleza racional o espiritual; con conciencia de sí mismo como un yo o sujeto protagonista de su vida en interacción con otras personas. La formación de la conciencia y de la capacidad de discernir para distinguir el bien y el mal moral, es fundamental (a cuyo servicio se ordena el pensamiento crítico). Igualmente es crucial fortalecer la voluntad para que pueda responder con firmeza a las adversidades que se presenten en el camino de la búsqueda de la plenitud personal (así como la apertura a la gracia desde la mirada sobrenatural).

Cada persona somos un ser único e irrepetible, con dignidad y valor que nos hace fines en sí mismos, nunca medios. Ese valor también nos confiere una gran responsabilidad de cara a nuestras decisiones y a nuestra vida y a la de quienes nos rodean.

Esta visión de Tomás de Aquino es fecunda, como un manantial a nuestra disposición que nos abre muchas puertas y del que nos invita a beber inspirando nuestra vida y nuestra labor educativa, 700 años después de su canonización.

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